En el tiempo de Jesús, la economía de Palestina se basaba fundamentalmente en la agricultura, la crianza de ganado, la pesca y la artesanía. Artesanos y agricultores se juntaban para vender sus productos en las plazas y, especialmente, en el Templo de Jerusalén, que se había transformado en un gran Centro Comercial. El templo era también el lugar donde se depositaban, como lugar de seguridad, las fortunas particulares. Por consiguiente, quien tocaba el Templo tocaba la estabilidad del sistema económico. Por su parte los romanos, que dominaban políticamente, gastaban parte del tesoro del templo en la construcción de un acueducto en Jerusalén, lo cual generó varias revueltas entre la gente del pueblo.
De igual forma, los romanos necesitaban muchos recursos para poder desarrollar sus conquistas militares. Por eso habían creado un sistema eficiente para cobrar impuestos a través del cual se trasladaban grandes cantidades de dinero a Roma, centro del imperio. Además los judíos debían pagar anualmente la décima parte de sus productos. Este “diezmo” estaba destinado a financiar el mantenimiento del Templo y era cobrado por los sacerdotes.
Entre tanto, el judaísmo como tal, conservaba su propio sistema político-religioso legitimado por Dios y centralizado en el sanedrín. Entre los principales partidos o movimientos políticos se encontraban:
Los saduceos: eran muy conservadores en lo religioso y en lo político. Aceptaban la injusticia del dominio extranjero con tal de no comprometer su posición de privilegio.
Los fariseos: caracterizados por la observancia rigurosa de la ley, vivían un espiritualismo devoto sin compromiso alguno con la realidad social. Lograron infundir en el pueblo un sentimiento de culpa y de inferioridad.
Los esenios: nacen como un movimiento sacerdotal de reforma. Decepcionados por el oportunismo de los saduceos y de la hipocresía de los fariseos, se retiran al desierto a prepararse para la lucha final y decisiva con el reino de las tinieblas.
Y por último podemos nombrar el movimiento que nos interesa en este escrito, es decir, Los zelotas. Formado por grupos clandestinos de resistencia. No aceptaban ningún tipo de colaboración con el gobierno romano. Se reclutaban entre la clase oprimida y su oposición al impuesto romano les ganó la simpatía de los campesinos y pequeños propietarios. El partido era fuerte en Galilea y los romanos lo perseguían a muerte. Pensaban que había que colaborar con la llegada del reino tanto en la liberación del yugo extranjero como en la reforma de las instituciones. Nutrían así un odio implacable contra el invasor y pensaban encontrar la solución en una sublevación armada que sería apoyada por Dios. Respecto a la situación interior de la nación, eran muy sensibles a la injusticia social y propugnaban un reformismo violento, acusando a las autoridades de colaboracionismo con el poder romano. La revuelta político-religiosa de los zelotas terminó en una verdadera guerra contra los romanos que llevó a la toma de Jerusalén por parte de los romanos en el año 70 d. C.
Jesús, el zelota...
En los últimos tiempos, varios autores han querido hacer de Jesús un Zelota. Son muchos los que ven en Jesús, detrás de su discurso aparentemente inofensivo, a un revolucionario político al estilo zelota. Argumentan que Jesús al igual que los zelotas, predica un cambio radical, pregona que Dios no va tolerar más las injusticias de los opresores y que finalmente llega el reino de Dios. También Jesús critica duramente a los círculos dominantes y a los grandes terratenientes enriquecidos y habla a favor de los pobres y los oprimidos.
Es cierto que en Palestina durante todo el siglo I d. C. se vivió un tiempo de procuradores corruptos, abusos, muertes injustas, condenas en cruz, etc., como también es cierto que durante esa misma época aparecieron muchos atribuyéndose el título de Mesías, uniéndose a la causa de la liberación judía frente al opresor romano. De igual forma es cierto que entre los discípulos de Jesús había quienes posiblemente hubieron de pertenecer al grupo de los zelotas, concretamente Simón (Mt 10,4 Lc 6,15) y tal vez Judas el Iscariote.
Entre otras cosas, los pasajes bíblicos más utilizados para demostrar la parte zelota que había en Jesús y en su mensaje se encuentra en las veces que Jesús dice que no ha venido a traer la paz a la tierra, sino la espada (Mt 10, 34); que ha venido a traer fuego a la tierra (Lc 12, 49); cuando se muestra como un provocador de los jefes del pueblo, incluso cuando llama a Herodes “zorro” (Lc 13, 32); en la expulsión violenta de los mercaderes del templo (Lc 19, 45-46); en la respuesta al pago del tributo al Cesar (Mt 22,21); en el consejo que hace Jesús a sus seguidores de proveerse de espadas (Lc 22, 35-36); en el ataque en el momento de su detención ( Lc 22, 49; Mt 26, 51) y hasta el momento de su condena como agitador y rebelde, por no decir, por zelota.
Es claro que si Jesús estuviese implicado únicamente en asuntos religiosos, el tribunal judío era el único que podía condenarlo, pero fue la más alta representación del imperio en esa zona la que lo condenó a una muerte propia de aquellos que se rebelaban contra el Estado, quedando constatado en la inscripción puesta en la cruz: “Rey de los judíos” (Mt 27, 37). Sin embargo bien sabemos que el Sanedrín (Jn 11,48), al advertir que el movimiento popular a favor de Jesús se agrandaba día a día, tomó la decisión de denunciarlo como rebelde político a los romanos para que la acusación no recayera sobre él.
Jesús, el maestro...
Jesús quería siempre cumplir radicalmente la voluntad del Padre y por eso no se amolda ni a la configuración de los grupos que defendían el orden establecido en Palestina, ni a la de los que combatían por medio del terrorismo; es más, al inverso de los Zelotas que pensaban que el reino de Dios se hacía presente cuando todos se unían en rebelión, Jesús muestra que éste crece solo y constantemente como la semilla en tierra (Mc 4, 26-29) De esta manera Jesús demuestra que al contrario de ser un mero rebelde zelota, es un verdadero maestro cuyas palabras y acciones buscan principalmente devolver la dignidad a todos los seres humano.
Los evangelios muestran con indudable claridad que Jesús increpa sin piedad a los ricos y predica fuertemente contra la injusticia social. Este juicio sobre el orden social de su tiempo es, como tal, un juicio revolucionario. Pero Jesús no apunta a cambiar el orden social directamente, sino que exige de sus discípulos un cambio radical ante todo en el corazón. Para Jesús, el uso de la violencia no ofrece solución, además de condenarla en la esfera individual (Mt 5,38-42; Lc 6,29s.), tampoco la acepta como medio para instaurar la sociedad nueva. Ésta no llegará a través del cambio de los cuadros dirigentes ni tampoco mediante el cambio de estructuras. La solución de los zelotas, basada en la lucha violenta por el cambio social, lleva al fracaso, pues los que deben cambiar son los hombres. Solamente la existencia de una nueva clase de hombre, el que ha renunciado a la ambición y a la revancha, permitirá la llegada de una sociedad justa. Usar los medios violentos del sistema significa compartir sus falsos valores. La nueva sociedad no puede basarse en la coacción, sino en la libertad de opción. El uso de la violencia sólo muestra que aún no existe el hombre nuevo. Las soluciones no vienen de fuera, sino de dentro.
De igual manera es evidente en diversos textos que a Jesús no le interesa aparecer como caudillo o líder de ninguna clase de grupo; Jesús evita los movimientos populares que suscita con su acción, sobre todo cuando el pueblo trata de hacerlo rey (Jn 6,15) o la proposición del demonio de constituirlo en rey y Señor el mundo (Mt 4,10), o cuando resiste a ser llamado “Mesías” o “Hijo de Dios” (Mc 1, 24; Mc 3, 11s).
En cuanto a la otra característica de los zelotas, el odio a los romanos invasores y el deseo de revancha, nada más opuesto al espíritu de Jesús. El, que proclama y practica el amor y la fraternidad universal de hombres y pueblos, no puede querer la ruina de los romanos, ni la venganza contra ellos (Mt 8,5-13). Por eso no hace ningún tipo de llamado a la rebelión armada, sino que enseña el amor a los enemigos (Mt 5,44). Para él, las naciones paganas son, como la judía, pueblos oprimidos por minorías dirigentes (Mc 10,42). La labor de todos los que siguen a Jesús, también de los discípulos de origen judío, es ponerse al servicio de esos oprimidos de toda raza para rescatarlos de su esclavitud (Mc 10,45).
Cuando Jesús dice que no vino a traer la paz sino la espada, de ningún modo está recomendando la guerra santa: constata que la decisión que su mensaje exige de los hombres provoca contrariedades entre ellos y puede suscitar la persecución en sus discípulos.
De igual forma, el hecho de ser condenado como Zelota no quiere decir que haya sido uno de ellos. Una vez más muestra que su condena fue un error judicial y que ni siquiera los celosos guardianes de la ley fueron capaces de reconocer a un justo.
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