Traicionar es, ante todo, atentar contra la creencia de que algo o alguien se va a comportar de una manera determinada. Esta previsión de un hecho futuro emparenta la confianza con la esperanza. El traidor actúa de forma contraria a lo esperado, por lo que provoca la frustración de esa creencia: un desengaño, una decepción, una desilusión. No ha sido fiel, palabra que "se aplica a la persona cuyo comportamiento corresponde a la confianza puesta en ella o a lo que exige de ella el amor, la amistad, el deber, etc." (MM). El que ha hecho caso omiso de su promesa es un pérfido, ha transgredido su fe, su palabra. La perfidia ha tenido una derivación interesante, que tiene que ver con un cambio teológico. Al cambiarse la "fe = promesa" en "fe = creencia", el pérfido dejó de ser el que violaba su promesa para convertirse en el que abandonaba sus creencias, y como, además, solía ser insistente en su negación, apareció la palabra porfiar, que era aplicada al hereje o al apóstata. Por esas irónicas vueltas que da el lenguaje, esta insistencia en el error se ha convertido en una insistencia en conseguir también lo bueno. El porfiado es el que se empeña en que su fe, su palabra, su proyecto se asegure y confirme.
Nadie puede ser infiel si no hay previamente un compromiso de algún tipo. Lo que ocurre es que ese compromiso no tiene por qué ser expreso. Éste es un asunto interesante. El comportamiento puede funcionar como un compromiso implícito porque induce a hacer inferencias. Si una persona se comporta amorosamente, induce a pensar que ama. Si un individuo se comporta como una persona honrada y se gana la confianza de otra, hay un tácito acuerdo, una fundada previsión de que va a seguir comportándose así. De que es así. Cuando las apariencias engañan surge el desengaño. El desengaño, la frustración, la decepción, la desilusión, producen a su vez nuevos sentimientos. Los psicólogos -en especial Dollard y Rosenweig- consideran que la frustración es uno de los desencadenantes de la ira. En castellano, el desengaño provoca una cólera especial, el despecho, que es también "un cierto modo de desesperar" (CO). Etimológicamente significa "desprecio", lo que enlaza con la "burla" en que consiste el desengaño.
El fiel es leal. "Incapaz de cometer falsedades, de engañar o de traicionar" Estupenda descripción. El leal es incapaz de mentir, de burlarse, de defraudar la confianza puesta en él.
La confianza cuenta con la veracidad de la promesa, con la seguridad en lo que se conoce o se cree conocer. Esta relación no aparece sólo en castellano. Por ejemplo, en hebreo 'émet y 'émûnâh derivan de la raíz 'm n, que significa "estar firme, ser estable, seguro". 'Émet expresa que la persona o la cosa es lo que debe ser, es verdadera: "Una verdadera semilla", por ejemplo (Jeremías, 2, 21). En sentido moral significa veracidad, seguridad; un hombre veraz, seguro, en que uno se puede fiar, se dice î s 'émet; supone al mismo tiempo la constancia: por este motivo a veces se traduce 'émet por "fidelidad", que asimismo viene expresada por 'emûnâh. 'Émet se opone a mentira, pero también a maldad. La verdad sería aquello en lo que se puede confiar alegremente. Maravilloso hallazgo, que se da también en las lenguas semíticas. En hebreo, como hemos dicho, 'aman, "ser de fiar"; amén significa "verdaderamente, así sea"; en akadio, ammatu, "fundamento firme". En esta misma lengua hay una palabra maravillosa que aparece en el primer texto jurídico de la humanidad, las leyes de Esnunna (1800 a.C.): kittu (m). Designaba las características que debía tener una ley: "duradero, fiel, verdad, estabilidad, fijeza". Una de las experiencias sentimentales de la verdad es que es lo que no defrauda, aquello sobre lo que se puede construir. A esta metáfora hace referencia el nombre griego de "ciencia", epi-steme, que significa "lo que se construye sobre lo firme" (Platón, Cratilo, 437).
La historia da más vueltas todavía. No olvide el lector que estamos asistiendo a la emergencia de las culturas, tal como nos la cuentan las lenguas. La noción de verdad, que se ha hecho en Occidente exageradamente cognitiva, tenía en Israel un significado muy distinto. No podemos detenernos en analizar hasta qué punto esta diferencia ha confundido la noción católica de fe, que se ha basado en un concepto de verdad como adecuación del pensamiento a la realidad, cuando en el lenguaje evangélico significaba aquello en que se puede apoyar la vida. Más tarde añadiremos algún comentario sobre esta noción, que ha sido tan importante dentro de nuestra sociedad.
El concepto de verdad y su despliegue léxico está, pues, enlazado profundamente con la confianza. Los griegos llamaron a la verdad aletheia.
Palabra misteriosa que se suele traducir por "descubrimiento", porque lethos significa "velo", "lo oculto". Pero puede provenir también de lethos, lathos, que significa "olvido" (pasaje único Teoc., 23. 24). La verdad sería entonces "algo sin olvido". Esto tiene relación con la fidelidad y la traición. Los habitantes de la gran Cabilla estudiados por Fierre Bourdieu consideran que el hombre de bien (angaz elâlai) debe ser de fiar, mantener su palabra. Ha de ser fiel a sí mismo y a la imagen de dignidad, distinción, pudor y vergüenza, virtudes que se resumen en una palabra, h'achm, fidelidad a sí mismo, "constancia sibi", como decían los latinos. Se acuerda siempre de lo que ha dicho. En cambio, el hombre sin calidad es aquel de quien se dice ithetsu ("acostumbrado a olvidar"). Olvida su palabra (awai), es decir, sus compromisos, sus deudas de honor, sus deberes. "El hombre que olvida", dice el proverbio, "no es un hombre." Olvida y se olvida de sí mismo (ithetsuimanis): olvida a sus antepasados, y el respeto que les debe, y el que se debe a sí mismo para ser digno de ellos.
Éste es el modelo de la traición, que se ha convertido en la historia de nuestra relación con la verdad, la mentira, la confianza, la desconfianza, la seguridad, la inseguridad, la duda, la sospecha. Y también el amor. Forman un conjunto de experiencia afectivas alrededor del conocimiento, y en especial del conocimiento acerca de los demás. Ha salido al hablar del amor, porque el amante necesita confiar en el amado.
Extracto de la obra, de José Antonio Marina y Marisa López Penas, Diccionario de los sentimientos.
Nadie puede ser infiel si no hay previamente un compromiso de algún tipo. Lo que ocurre es que ese compromiso no tiene por qué ser expreso. Éste es un asunto interesante. El comportamiento puede funcionar como un compromiso implícito porque induce a hacer inferencias. Si una persona se comporta amorosamente, induce a pensar que ama. Si un individuo se comporta como una persona honrada y se gana la confianza de otra, hay un tácito acuerdo, una fundada previsión de que va a seguir comportándose así. De que es así. Cuando las apariencias engañan surge el desengaño. El desengaño, la frustración, la decepción, la desilusión, producen a su vez nuevos sentimientos. Los psicólogos -en especial Dollard y Rosenweig- consideran que la frustración es uno de los desencadenantes de la ira. En castellano, el desengaño provoca una cólera especial, el despecho, que es también "un cierto modo de desesperar" (CO). Etimológicamente significa "desprecio", lo que enlaza con la "burla" en que consiste el desengaño.
El fiel es leal. "Incapaz de cometer falsedades, de engañar o de traicionar" Estupenda descripción. El leal es incapaz de mentir, de burlarse, de defraudar la confianza puesta en él.
La confianza cuenta con la veracidad de la promesa, con la seguridad en lo que se conoce o se cree conocer. Esta relación no aparece sólo en castellano. Por ejemplo, en hebreo 'émet y 'émûnâh derivan de la raíz 'm n, que significa "estar firme, ser estable, seguro". 'Émet expresa que la persona o la cosa es lo que debe ser, es verdadera: "Una verdadera semilla", por ejemplo (Jeremías, 2, 21). En sentido moral significa veracidad, seguridad; un hombre veraz, seguro, en que uno se puede fiar, se dice î s 'émet; supone al mismo tiempo la constancia: por este motivo a veces se traduce 'émet por "fidelidad", que asimismo viene expresada por 'emûnâh. 'Émet se opone a mentira, pero también a maldad. La verdad sería aquello en lo que se puede confiar alegremente. Maravilloso hallazgo, que se da también en las lenguas semíticas. En hebreo, como hemos dicho, 'aman, "ser de fiar"; amén significa "verdaderamente, así sea"; en akadio, ammatu, "fundamento firme". En esta misma lengua hay una palabra maravillosa que aparece en el primer texto jurídico de la humanidad, las leyes de Esnunna (1800 a.C.): kittu (m). Designaba las características que debía tener una ley: "duradero, fiel, verdad, estabilidad, fijeza". Una de las experiencias sentimentales de la verdad es que es lo que no defrauda, aquello sobre lo que se puede construir. A esta metáfora hace referencia el nombre griego de "ciencia", epi-steme, que significa "lo que se construye sobre lo firme" (Platón, Cratilo, 437).
La historia da más vueltas todavía. No olvide el lector que estamos asistiendo a la emergencia de las culturas, tal como nos la cuentan las lenguas. La noción de verdad, que se ha hecho en Occidente exageradamente cognitiva, tenía en Israel un significado muy distinto. No podemos detenernos en analizar hasta qué punto esta diferencia ha confundido la noción católica de fe, que se ha basado en un concepto de verdad como adecuación del pensamiento a la realidad, cuando en el lenguaje evangélico significaba aquello en que se puede apoyar la vida. Más tarde añadiremos algún comentario sobre esta noción, que ha sido tan importante dentro de nuestra sociedad.
El concepto de verdad y su despliegue léxico está, pues, enlazado profundamente con la confianza. Los griegos llamaron a la verdad aletheia.
Palabra misteriosa que se suele traducir por "descubrimiento", porque lethos significa "velo", "lo oculto". Pero puede provenir también de lethos, lathos, que significa "olvido" (pasaje único Teoc., 23. 24). La verdad sería entonces "algo sin olvido". Esto tiene relación con la fidelidad y la traición. Los habitantes de la gran Cabilla estudiados por Fierre Bourdieu consideran que el hombre de bien (angaz elâlai) debe ser de fiar, mantener su palabra. Ha de ser fiel a sí mismo y a la imagen de dignidad, distinción, pudor y vergüenza, virtudes que se resumen en una palabra, h'achm, fidelidad a sí mismo, "constancia sibi", como decían los latinos. Se acuerda siempre de lo que ha dicho. En cambio, el hombre sin calidad es aquel de quien se dice ithetsu ("acostumbrado a olvidar"). Olvida su palabra (awai), es decir, sus compromisos, sus deudas de honor, sus deberes. "El hombre que olvida", dice el proverbio, "no es un hombre." Olvida y se olvida de sí mismo (ithetsuimanis): olvida a sus antepasados, y el respeto que les debe, y el que se debe a sí mismo para ser digno de ellos.
Éste es el modelo de la traición, que se ha convertido en la historia de nuestra relación con la verdad, la mentira, la confianza, la desconfianza, la seguridad, la inseguridad, la duda, la sospecha. Y también el amor. Forman un conjunto de experiencia afectivas alrededor del conocimiento, y en especial del conocimiento acerca de los demás. Ha salido al hablar del amor, porque el amante necesita confiar en el amado.
Extracto de la obra, de José Antonio Marina y Marisa López Penas, Diccionario de los sentimientos.
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