La humanidad puede que se haya metido en un lío sin precedentes desde que el homo sapiens usó el fuego viviendo aún en las cavernas. Las causas son dos: la primera es que se ha identificado bienestar social con consumo de energía y la segunda es que somos muchísimos. El ritmo actual de consumo energético del mundo desarrollado, unos 2.000 millones de seres, apenas lo resistirá el planeta unas décadas, pero la incorporación a ese despilfarro de los restantes 4.000 millones de personas acelerarán la probable catástrofe. Esta vendrá, (si viene, porque por ahora hay que hablar de probabilidades), por el cambio climático, el derrumbe de la economía, las guerras estratégicas por las fuentes energéticas, o por todo a la vez.
Y es que todas las fuentes de producción masiva de energía tienen graves inconvenientes, pero el petróleo es, sin duda, el peor recurso. Produce enormes cantidades de residuos, sobre todo dióxido de carbono (CO2), incontrolables porque van a la atmósfera; su transporte es peliagudo (piénsese en el chapapote); se localiza en grandes cantidades en países cuya ideología dominante es medieval y agresiva; su distribución y tecnología las controlan sólo siete grandes compañías...
Las otras posibilidades son las llamadas energías renovables. Se refieren sobre todo a la producción de electricidad, porque para los combustibles destinados al transporte las alternativas no basadas en el petróleo aún son entelequias. La vía hidráulica tiene un límite impuesto por la orografía. En España, por ejemplo, ese límite se alcanzó hace tiempo. La solar fotovoltaica puede llegar a ser una vía excelente, pero está en fase de investigación porque por ahora sólo aprovecha una ínfima cantidad del espectro de la radiación: una fracción de la luz visible. El aprovechamiento de la biomasa es anecdótico. La generación de energía eólica está cada vez más cerca de que se prohíba: lo único que produce establemente son subvenciones. Al lector escandalizado por la afirmación anterior le recomiendo que use internet para seguir en todo momento lo que suministra el parque eólico actual a la red eléctrica: durante horas y horas la producción puede que haya sido nula o un porcentaje ridículo de la potencia total instalada. Debería después calcular la energía consumida en fabricar cada uno de esos gigantescos molinos para quedar abatido.
El otro método de producción masiva de electricidad es el nuclear. De sus muchas posibilidades, la única explotada hasta ahora es la fisión basada en el uranio. Todos sabemos cuáles son sus ventajas: no contaminan y su combustible es barato, abundante y disperso por casi todo el planeta. Los inconvenientes son tres: los posibles accidentes, los residuos radiactivos y su utilización espuria militar o terrorista. Pero, a pesar de todo lo que se ha dicho y se dirá, ninguno de estos tres problemas son realmente significativos. Hay unas 500 centrales funcionando en todo el mundo durante décadas que sólo han producido dos accidentes, el de Three Miles Island en USA y el de Chernobil en la antigua URSS, nada en comparación con los inmensos daños que ha producido el petróleo. Los residuos radiactivos tienen la ventaja respecto a los producidos por las centrales térmicas de que se localizan puntualmente y no se esparcen a la atmósfera. Tanto unos como otros duran miles de años, pero a favor de los radiactivos hay que decir que se vislumbra una tecnología para su eliminación por transmutación, lo que no ocurre con el CO2 y otros gases expelidos por las centrales térmicas. El uso militar o terrorista de la tecnología nuclear es mucho más controlable que otras más simples e igual de mortíferas como son algunas biológicas y químicas.
El problema de verdad de las nucleares es el siguiente. Si el número de reactores en funcionamiento en el mundo pasa de 500 a 5000, el uranio se encarecería entreviéndose su rápido agotamiento, la probabilidad de accidentes aumentaría y el control de los residuos radiactivos exigiría mucho más que unas decenas de parejas de guardias civiles. ¿Cuál es la solución? Fundamentalmente consumir menos y estabilizar el número de habitantes del planeta. Y después, investigar infinidad de vías nucleares de producción de energía eléctrica que la demagogia ha frenado. Por ejemplo, el uso del torio, que produce menos residuos y es muchísimo más abundante que el uranio; por ejemplo, las centrales criadero, que generan más combustible del que consumen, pero que presentan unos problemas muy graves aunque solubles que no se estudian desde hace décadas; por ejemplo, la fusión nuclear, cuyo combustible es inagotable y apenas genera residuos...
Es un enigma que se identifique el rechazo de la energía nuclear con el progresismo. Siempre me ha parecido infinitamente más retrógrado el petróleo que el núcleo atómico. Hay quien dice que el proceso de degradación del planeta ya es irreversible y que al desastre sobrevivirá una parte pequeña de la humanidad. Sea ése el caso o no, que sinceramente creo que no, preferiría mil veces que nuestros descendientes heredaran la ciencia nuclear y su tecnología, tan europeas y cultas ambas, a que se vieran esclavos del petróleo y sus dueños.
Manuel Lozano Leyva, Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla.
Y es que todas las fuentes de producción masiva de energía tienen graves inconvenientes, pero el petróleo es, sin duda, el peor recurso. Produce enormes cantidades de residuos, sobre todo dióxido de carbono (CO2), incontrolables porque van a la atmósfera; su transporte es peliagudo (piénsese en el chapapote); se localiza en grandes cantidades en países cuya ideología dominante es medieval y agresiva; su distribución y tecnología las controlan sólo siete grandes compañías...
Las otras posibilidades son las llamadas energías renovables. Se refieren sobre todo a la producción de electricidad, porque para los combustibles destinados al transporte las alternativas no basadas en el petróleo aún son entelequias. La vía hidráulica tiene un límite impuesto por la orografía. En España, por ejemplo, ese límite se alcanzó hace tiempo. La solar fotovoltaica puede llegar a ser una vía excelente, pero está en fase de investigación porque por ahora sólo aprovecha una ínfima cantidad del espectro de la radiación: una fracción de la luz visible. El aprovechamiento de la biomasa es anecdótico. La generación de energía eólica está cada vez más cerca de que se prohíba: lo único que produce establemente son subvenciones. Al lector escandalizado por la afirmación anterior le recomiendo que use internet para seguir en todo momento lo que suministra el parque eólico actual a la red eléctrica: durante horas y horas la producción puede que haya sido nula o un porcentaje ridículo de la potencia total instalada. Debería después calcular la energía consumida en fabricar cada uno de esos gigantescos molinos para quedar abatido.
El otro método de producción masiva de electricidad es el nuclear. De sus muchas posibilidades, la única explotada hasta ahora es la fisión basada en el uranio. Todos sabemos cuáles son sus ventajas: no contaminan y su combustible es barato, abundante y disperso por casi todo el planeta. Los inconvenientes son tres: los posibles accidentes, los residuos radiactivos y su utilización espuria militar o terrorista. Pero, a pesar de todo lo que se ha dicho y se dirá, ninguno de estos tres problemas son realmente significativos. Hay unas 500 centrales funcionando en todo el mundo durante décadas que sólo han producido dos accidentes, el de Three Miles Island en USA y el de Chernobil en la antigua URSS, nada en comparación con los inmensos daños que ha producido el petróleo. Los residuos radiactivos tienen la ventaja respecto a los producidos por las centrales térmicas de que se localizan puntualmente y no se esparcen a la atmósfera. Tanto unos como otros duran miles de años, pero a favor de los radiactivos hay que decir que se vislumbra una tecnología para su eliminación por transmutación, lo que no ocurre con el CO2 y otros gases expelidos por las centrales térmicas. El uso militar o terrorista de la tecnología nuclear es mucho más controlable que otras más simples e igual de mortíferas como son algunas biológicas y químicas.
El problema de verdad de las nucleares es el siguiente. Si el número de reactores en funcionamiento en el mundo pasa de 500 a 5000, el uranio se encarecería entreviéndose su rápido agotamiento, la probabilidad de accidentes aumentaría y el control de los residuos radiactivos exigiría mucho más que unas decenas de parejas de guardias civiles. ¿Cuál es la solución? Fundamentalmente consumir menos y estabilizar el número de habitantes del planeta. Y después, investigar infinidad de vías nucleares de producción de energía eléctrica que la demagogia ha frenado. Por ejemplo, el uso del torio, que produce menos residuos y es muchísimo más abundante que el uranio; por ejemplo, las centrales criadero, que generan más combustible del que consumen, pero que presentan unos problemas muy graves aunque solubles que no se estudian desde hace décadas; por ejemplo, la fusión nuclear, cuyo combustible es inagotable y apenas genera residuos...
Es un enigma que se identifique el rechazo de la energía nuclear con el progresismo. Siempre me ha parecido infinitamente más retrógrado el petróleo que el núcleo atómico. Hay quien dice que el proceso de degradación del planeta ya es irreversible y que al desastre sobrevivirá una parte pequeña de la humanidad. Sea ése el caso o no, que sinceramente creo que no, preferiría mil veces que nuestros descendientes heredaran la ciencia nuclear y su tecnología, tan europeas y cultas ambas, a que se vieran esclavos del petróleo y sus dueños.
Manuel Lozano Leyva, Catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla.
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