La inteligencia social es un fenómeno emergente. He tomado la idea del mundo de la economía. Los especialistas en management anglosajones acuñaron hace años un concepto brillante -organizaciones que aprenden, learning organizations- que con el tiempo se ha revelado muy útil. Los japoneses prefieren hablar de organizaciones que crean conocimiento.
Todos están de acuerdo en una cosa: hay empresas inteligentes y empresas estúpidas. Aquéllas gestionan bien la información, detectan con rapidez los problemas, son capaces de resolverlos rápida y eficazmente, fomentan la creatividad y alcanzan sus metas -crear valor corporativo- al mismo tiempo que ayudan a que todos los implicados -los stakeholders- logren las suyas. Las estúpidas pasan a engrosar el cementerio empresarial.
Las empresas inteligentes consiguen que un grupo de personas, tal vez no extraordinarias, alcancen resultados extraordinarios gracias al modo en que colaboran.
Una organización inteligente es la que permite desarrollar y aprovechar los talentos individuales mediante una interacción estimulante y fructífera.
Comienza a hablarse de "capital intelectual" como uno de los grandes activos económicos, más aún, como la única riqueza verdadera.
Me parece muy provechoso extender esta noción a todo tipo de organizaciones, grupos, instituciones o sociedades. Hay parejas inteligentes y parejas estúpidas, familias inteligentes y familias estúpidas, sociedades inteligentes y sociedades estúpidas. El criterio es siempre el mismo. Las agrupaciones inteligentes captan mejor la información, es decir, se ajustan mejor a la realidad, perciben antes los problemas, inventan soluciones eficaces y las ponen en práctica. Así pues, Junto a la inteligencia personal (que puede usarse privada o públicamente) encontramos una inteligencia social, que también tiene sus fracasos y sus éxitos.
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