Piensa por un momento en la frase de un niño de escuela infantil que dice "a mi no me gusta ese cuento" o en la de un adolescente diciendo "yo soy así". Estas frases, como muchas otras, nos indican que las personas tienen conciencia de que son seres individuales, que tienen sus propios gustos y que conocen sus características, las que les dotan de identidad propia.
Este es, precisamente, uno de los logros más importantes del desarrollo psicológico de los individuos y a la vez, motor de otros muchos.
Sin embargo, cabría preguntarse cuáles son las raíces de esta toma de conciencia de la identidad personal.
El bebé, el niño, al igual que el adulto, tiene que ir conociendo y comprendiendo, en definitiva adaptándose al mundo y al entorno que le rodea, pero también, sobre todo gracias al contacto con otros seres humanos, enseguida aprende que si llora le cogen o que si se ríe le estimulan, es decir, a controlar el entorno. Esto ya supone, de por sí, una rudimentaria idea que podría expresarse como: yo hago algo, los otros responden.
Es decir, el inicio de la autoconciencia o la conciencia de sí mismo comienza con el control del entorno. Con la transformación, como diría Engels, de la "cosa en sí" en "cosa para nosotros".
Sin embargo, cabría preguntarse cuáles son las raíces de esta toma de conciencia de la identidad personal.
El bebé, el niño, al igual que el adulto, tiene que ir conociendo y comprendiendo, en definitiva adaptándose al mundo y al entorno que le rodea, pero también, sobre todo gracias al contacto con otros seres humanos, enseguida aprende que si llora le cogen o que si se ríe le estimulan, es decir, a controlar el entorno. Esto ya supone, de por sí, una rudimentaria idea que podría expresarse como: yo hago algo, los otros responden.
Es decir, el inicio de la autoconciencia o la conciencia de sí mismo comienza con el control del entorno. Con la transformación, como diría Engels, de la "cosa en sí" en "cosa para nosotros".