jueves, 13 de septiembre de 2007

La sonrisa tiene un precio

El ministro de Sanidad, Bernat Soria, es un héroe. Quiero decir que es alguien que desarrolla un esfuerzo eminente de la voluntad y de la abnegación para intentar mejorarnos. Mucho mérito tiene su lucha a favor de la utilización de las células madre en un país de padre y muy señor mío, donde los avances de la ciencia siguen trabados por supersticiones religiosas. Su afán de convertirnos en contemporáneos se ve siempre obstaculizado por elementos residuales de la Inquisición. Sería muy simple reducir el problema a la lucha entre los partidarios de la fogata y de los del microscopio, pero algo sigue habiendo de eso. Los que siguen queriendo garantizarse un asiento de preferencia en el más allá impiden que nos acomodemos razonablemente en el más acá. El plan bucodental del admirable Bernat Soria encuentra dificultades económicas para su desarrollo. Naturalmente. Para todo hace falta dinero. Mucho dinero. Salvo para gastos de representación, escoltas y coches oficiales.

¿Qué puede costar la atención dental gratuita? Dicho de otra manera, ¿quién le hinca el diente al presupuesto para conseguir una sonrisa mejor de los enfurruñados españoles? La salud mental debiera ser previa a la salud dental. Quizá no le hubiera dolido tanto España a los miembros de la generación del 92 si no les hubiesen dolido tanto las muelas. Tengo entendido que el dolor de muelas es como para volverse loco, pero lo malo es que cuando se pasa, la locura persiste. ¿Qué pasta hace falta para que la dentrífica sea más efectiva? El ministro Solbes ve dificultoso el proyecto de su colega Soria. Hablaba Quevedo de «la saqueada boca», en un verso que le plagia Borges -Borges tenía derecho a todo, pero eran otros tiempos. Mi abuelo tenía la sonrisa en la mesilla de noche. Recuerdo que me asustaba de niño ver aquella carcajada náufraga. Soria quiere cambiar las cosas, pero todo parece indicar que no van a dejarle decir que esta boca es nuestra.

Por Manuel Alcántara

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